La visita del presidente sudafricano Cyril Ramaphosa en la Casa Blanca, en teoría concebida como un gesto de acercamiento diplomático, ha concluido en un espectáculo cargado de tensión.

Donald Trump había interrumpido el protocolo al bajar las luces del Salón Oval y reproducir un video que mostraba a un dirigente sudafricano entonando el cántico “Kill the Boer” —una consigna histórica contra los granjeros afrikaners— como prueba, de acuerdo a él, de un “genocidio” contra los blancos en Sudáfrica.
De frente a las cámaras, y con el propio Ramaphosa a la par, Trump manifestó en que los granjeros blancos están siendo asesinados y despojados de sus tierras. La escena ha desbordado las formas habituales de la diplomacia y dejó al presidente sudafricano poco margen para poder siquiera intervenir. “Hablemos de esto con calma”, llegó a pedir, apelando al legado de Nelson Mandela y a la idea del diálogo como herramienta para la resolución de los conflictos. Pero Trump ya había marcado la agenda.
Las acusaciones del líder estadounidense se insertan en un contexto político más amplio. Desde su regreso al Trump ha buscado reinstalar una narrativa en la que los blancos son víctimas de políticas discriminatorias, ya sea en su propio país o en otros escenarios más distantes, como Sudáfrica.
#Mundo | Donald Trump protagoniza un nuevo momento tenso en el Despacho Oval junto al presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa.
Trump acusó al gobierno de Ramaphosa de permitir “genocidio” contra la minoría blanca sudafricana. pic.twitter.com/S0jq5lAT96
— La FM (@lafm) May 21, 2025
Esta estrategia, que se vuelve eficaz para consolidar ciertos sectores de su electorado, no es nueva: ya en su primer mandato había hecho críticas duramente las políticas de empoderamiento negro en Sudáfrica y suspendido la ayuda financiera al país, en tanto que aceptaba a decenas de afrikáners como refugiados políticos.
En dicha ocasión, sin embargo, el impacto fue aún más grande. La reunión ocurre en un momento en que las relaciones entre ambos países están particularmente deterioradas. A las denuncias de genocidio se suma el rechazo estadounidense a la postura de Sudáfrica con respecto al conflicto en Gaza.
El gobierno de Ramaphosa ha acusado formalmente a Israel ante la Corte Internacional de Justicia, un gesto que tiene molesto a Washington y terminó de sellar el distanciamiento. Además, persisten las sospechas sobre los vínculos de Sudáfrica con Irán, en parte alimentadas por el pasado empresarial de Ramaphosa en MTN, la gigante de telecomunicaciones con inversiones en Teherán.

Musk, quien es nacido en la capital sudafricana Pretoria, también estuvo presente en la reunión con Trump. Lleva tiempo acusando al gobierno sudafricano de implementar leyes “abiertamente racistas” que, según él, evitan que su empresa Starlink tenga operaciones en el país.
La legislación local exige que el 30% de las acciones de las compañías extranjeras en el sector de las telecomunicaciones se encuentren en manos de personas negras u otros grupos históricamente desfavorecidos. Para Pretoria, se trata de una política indispensable para la corrección de décadas de desigualdad estructural heredada del apartheid.
Ramaphosa se intentó defender al desmontar ese relato con diplomacia. “Si hubiera un genocidio contra los afrikaners, estas personas no estarían aquí, incluido mi ministro de Agricultura”, dijo, señalando a los miembros blancos de su delegación. Pero sus palabras parecieron disolverse en el aire ante el embate mediático de Trump. Incluso cuando recordó que la mayoría de las víctimas de la violencia en Sudáfrica son jóvenes negros de barrios pobres, Trump retrucó: “No sé si eso es bueno o malo, pero los granjeros de los que hablamos no son negros”.