LA JORNADA

Relación de apego entre madre e hijo

Por Paula Martino
Niños que no pueden tolerar la partida de su madre, que se presentan “pegados” a su cuerpo casi simbióticamente, que no le sueltan su mano, que no pueden perder su mirada tan sólo por un instante. Niños dependientes que, no toman ninguna otra decisión más que no quieren separarse de ella.

Madres que se quejan de que no pueden dejar a su hijo en el colegio fácilmente, de que “no va a ningún lado” (casas de amigos, cumpleaños, campamentos, etc. ) porque ella no estará cerca. Madres agobiadas, cansadas, madres demasiado madres o todo lo contrario.

Hablar de apego infantil remite a que con frecuencia se mal interprete el concepto quedando la problemática solamente del lado del niño. Pocas son las madres que, sin intervención de un especialista, puedan ver cuál ha sido su incidencia causal, cómo se ha llegado a esa instancia.

Me remito a un caso clínico: Tómas estaba muy triste porque con mucho entusiasmo el día anterior había arreglado para irse a jugar a la casa de un amigo pero, a último momento, “no pudo”, no pudo separase de su mamá. Luego, la madre de su amigo, lo convence de ir proponiéndole cosas que harían juntos que lo atrajeron mucho. Si bien accede, le hace un pedido especial a su madre: que lo pase a buscar a las dos horas. Esta se “compromete” con el pedido. Luego se retrasa y sin justificación alguna, llega mucho más tarde. Tómas dice que esto suele suceder. Se angustia y lo embarga un ataque de miedo.

Tómas es adoptado desde recién nacido. Las vicisitudes de la vida, lo llevaron a encontrarse con una mujer que, ante la posibilidad de no tener hijos biológicos, le da un lugar como tal dentro de la trama familiar.

Es un niño que establece con el otro un lazo social relativamente bueno una vez superada la instancia de la separación de su madre. En ese preciso momento, se vuelve tímido e introvertido y mira con temor a su entorno, como si éste le resultase amenazante e incierto.

Para que un niño pueda “desapegarse”, separase del Otro materno, es necesario que previamente haya habido un momento de alienación a ésta, una madre que lo aloje, que le dé un lugar en su deseo. Las dos operaciones, alienación y separación son necesarias en la constitución subjetiva. En esta última instancia será crucial la intervención paterna la cual funcionara como ley ordenadora en la relación madre-hijo.

Para Tomás la separación de su madre es aterrorizante porque lo remite a un primer momento muy primitivo de su vida que resultó fallido, donde no tuvo un lugar en el deseo de su madre (biológica), donde no tuvo un lugar en relación al amor sino todo lo contrario, un rechazo.
En este punto, nos podemos preguntar: ¿Cómo puede separarse un niño que nunca fue alojado? Y, ¿cómo podría ocupar un lugar reivindicatorio de su ser “rechazado” en su madre adoptiva?

Vemos que el apego en este niño, está en función al temor que le genera distanciarse aunque más no sea momentáneamente del Otro, la posibilidad de olvido y abandono, tratando de aferrarse desesperadamente a su madre.

Ahora bien, desde el lado materno “la madre del corazón”, el no cumplir con su “compromiso” con el niño, de buscarlo por la casa en el tiempo acordado, desencadena este temor y exacerba el apego a ella. Esta situación funciona como una reedición del abandono primario, en vez de reescribir algo diferente: una madre que no lo abandone.

Este caso nos muestra que si bien desde el niño existe un fantasma de abandono por la cual se adhiere desesperadamente a su madre, desde el lado materno su acto lo confirma: La madre se queja de la “mamitis” que tiene su hijo para con ella pero, paradójicamente, su poco compromiso con su decir “te busco en dos horas” provoca que el intento que hace Tómas por separarse de ella, se desvanezca, quedando más aferrado que nunca.

En contrapartida y con el mismo resultado, María empezó primer grado pero no puede quedarse sola en el colegio porque su madre le da seguridad, nunca se separan, están todo el día “pegadas”, hasta muchas veces duermen juntas por más que su padre se oponga y trate de separarlas. El renuncia a funcionar como ordenador, cansado de no poder intervenir, cede el lugar en su cama a su hija e, intercambiando lugares, se va a dormir a su cuarto. María no habla con sus maestras, su voz es tenue e imperceptible, su mama “le traduce” a ellas las frases que dice muy suavemente. Su madre se queda en la puerta del aula, la saluda una y otra vez por la ventana, María no tolera no verla.

Cada situación de apego entre la madre y el niño es única e individual. Lo que hay que remarcar es que nunca es de un lado sólo que se genera. Por lo tanto, habrá que ver que significación tiene tanto para la madre como para el niño y trabajarlas en un espacio terapéutico individual a fin de que puedan establecerse espacios independientes que son absolutamente necesarios para el desarrollo del niño.

*Psicóloga con orientación psicoanalítica

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