El ganador de los comicios presidenciales de México, Andrés Manuel López Obrador, se fue el pasado martes del Palacio Nacional en el asiento delantero de un Volkswagen Jetta blanco, rodeado de cientos de jubilosos partidarios, pero sin guardaespaldas a la vista.
Desde que alcanzó la victoria el pasado domingo, el político de izquierda de 64 años hizo la promesa de un cambio transformador para México, que incluye planes ambiciosos para detener la corrupción y la violencia, que se han vuelto en dos de los principales problemas del país.
La seguridad personal de López Obrador es uno de los primeros signos de cómo está rompiendo el molde de un gobierno común. Su plan de viajar sin guardias armados ha levantado preocupación en algunos sectores en el año más mortífero de México desde que comenzaron los registros modernos.
“Me cuida el pueblo (…) el que lucha por la justicia no tiene nada que temer”, aseveró López Obrador, después de sostener un encuentro con el presidente Enrique Peña Nieto, de quien dijo que le había ofrecido protección federal.
“Ustedes me van a estar procurando”, agregó en un gran salón repleto de periodistas durante un animado intercambio de preguntas que contrastó marcadamente con las breves apariciones controladas de Peña Nieto.
La campaña cercana a la gente ha sido el estilo del exalcalde de Ciudad de México en sus tres intentos por la silla presidencial, que lo han llevado a los lugares más remotos y peligrosos del país.
Incluso en los últimos meses, a pesar de la oleada de asesinatos de políticos, López Obrador se aventuró en bastiones de los cárteles de las drogas, raramente visitados por Peña Nieto, como Chilapa y Reynosa.